martes, 12 de noviembre de 2019

Homenaje a Stan Lee

A un año de su muerte.

Cuando el 25 de mayo de 1995, los psicoanalistas de la Escuela del Campo Freudiano de Caracas fueron a la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela, se encontraron a un montón de muchachos que habíamos estado leyendo a Althusser, Levi-Strauss, Foucault, Barthes, Luhmann, la Escuela de Frankfurt y a los llamados “postmodernos”. También leíamos a Ludovico Silva, Edgardo Lander y otros venezolanos contemporáneos. Qué bien hizo la derrota masiva que el marxismo sufrió en esa época. Se abrieron todas las compuertas.


Las escuelas de la Universidad eran un hervidero de lectores ávidos que peleábamos en nombre de los autores que recientemente habíamos descubierto inclusive fuera de clases, porque muchos de los autores mencionados no estaban todavía en los programas de las materias, y había que encontrárselos en clubs de lectura improvisados liderados por los estudiantes de los últimos semestres o en optativas que dictaban nuestros compañeros que se habían graduado recientemente, y que querían abrirse paso ofreciéndolas mientras se abría algún concurso que les permitiera acceder a la carrera académica.

Pero otras cosas estaban pasando también. Claro que conocíamos los héroes por los cómics o por las series de televisión. Batman tenía ya varios años que había sido versionado por Tim Burton y ya estaba en la decadencia de ese momento. Superman parecía cosa de otra época. El Hombre Araña, Hulk… las películas eran tan malas, y las comiquitas de televisión no eran excelentes. Por lo menos a mí ya no me emocionaban demasiado.

Una tarde muy rara no estaba en la universidad y estaba viendo la televisión y comienza la musiquita emocionante de la serie de los X-Men. Al principio recuerdo que pensé: qué es esto, como si hicieran falta más superhéroes. Qué ignorante era sobre esta cuestión. Un placer culpable que comienza a confesarse con los amigos más cercanos. “Están pasando una comiquita sobre unos superhéroes que es buenísima”. Otros menos incultos que yo ya sabían quiénes eran los X-Men. Y el seminario comenzaba ahí en Tierra de Nadie, o en el cafetín de la Facultad.

Y se hilan las ideas con lo que estábamos leyendo. Para estos “héroes” sus poderes no eran una respuesta a un trauma infantil, ni eran producto de un accidente. Venían con ellos desde el principio. Y se manifestaban en su adolescencia. Los hacían sufrir, se les convertían muchas veces en preocupación. El Profesor Charles Xavier, les ayudaba a controlarlos para que no los controlaran a ellos. Una cosa hecha para criticar el racismo en los años ’60, en los ’90 calza perfectamente con unos adolescentes tardíos desbrujulados, con nuestros problemas éticos sobre cómo responder a lo que éramos, a nuestros cuerpos, a la política.

Los malos eran los que trataban de curarlos, los que no aceptaban lo diferentes que eran. Ellos mismos estaban profundamente divididos entre lo que eran y la guerra que el mundo les declaraba. Discutían qué era lo mejor. No había respuestas universales y el Profesor X iba a dejar la vida si era necesario por defender el derecho de cada mutante a decidir, contra el fundamentalismo de Magneto que llegaba al paroxismo con el loco de Apocalipsis por una parte, o la voluntad genocida de los políticos que querían “curar la plaga mutante” por la otra. El Profesor X tiene una de las mentes más poderosas del planeta. Pero no usa su poder para meterse en la mente de los demás sin permiso, a menos que sea estrictamente necesario. Desata las amarras aquí, introduce represiones allí. Tiene una libertad táctica que se desprende de la claridad estratégica y política con la cual opera.

Cuando los lacanianos llegaron a la Escuela de Sociología, esa serie estaba pasando. Por eso en el pasillo podíamos conversar sobre la idea de que el síntoma no es algo que hay que curar a lo Trask, ni tampoco algo con lo cual identificarse para vengarse de todo el mundo a lo Magneto, sino de lo que hay que tomar distancia “para que no te controle”. Mis amigos más cercanos y yo nos llamábamos entre nosotros los Zetamen, y fantaseábamos con escribir comics con nuestros síntomas neuróticos como si fueran poderes mutantes.

El Profesor X no forma un partido con sus “hermanos mutantes”, sino que funda una escuela. Es profundamente liberal y cree en la amistad.

Y ese es mi homenaje a Stan Lee

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Esos cantos...

A quién le importa algo más que esos cantos. Que entonados no funcionan. Que cortan mejor que sus filos. Que avalanchan cuando los piso. ...